I + JESÚS, CONDENADO A MUERTE
«Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal libro, que deja impreso lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar!» (26,5).
«Su Majestad ha sido el libro verdadero adonde he visto las verdades. ¡Bendito sea tal libro, que deja impreso lo que se ha de leer y hacer, de manera que no se puede olvidar!» (26,5).
Andar el camino en compañía de Jesús es un grito de esperanza. Con Él, la muerte no tiene la última palabra. Abro mi corazón a Ti, Señor Jesús, para aprender verdades: el amor es más fuerte, no entiende de límites ni treguas, la vida se me da a chorros cuando asciendes al Calvario.
II + JESÚS CON LA CRUZ A CUESTAS
«No dejen de considerar muchas veces la Pasión y vida de Cristo, que es de donde nos ha venido y viene todo bien» (13,13).
¡La cruz! Signo de la entrega con más pasión y gratuidad jamás vivida. Cuando el camino es áspero y la carga insoportable, sé que nunca me dejas solo.
III + JESÚS CAE EN TIERRA POR PRIMERA VEZ
«Si quiere ganar libertad de espíritu y no andar siempre atribulado, comience a no se espantar de la cruz, y verá cómo se la ayuda también a llevar el Señor y con el contento que anda» (11,17).
Miles de hombres y mujeres aplastados por la depresión, la tristeza, la violencia, la explotación, la pobreza o la debilidad. Señor Jesús, tu ternura me levanta; tus ojos me regalan una mirada de compasión para los que están caídos.
IV + JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
«Este Señor nuestro es por quien nos vienen todos los bienes... ¿Qué más queremos de un tan buen amigo al lado, que no nos dejará en los trabajos y tribulaciones como hacen los del mundo? Bienaventurado quien de verdad le amare y siempre le trajere cabe sí» (22,7).
La Madre sale al encuentro. ¡Cuántas madres salen al encuentro! Su presencia fortalece. Cuando voy a tu encuentro, Señor Jesús, me hallo con la luz de tu mirada y sé nunca me dejarás en el camino.
V + JESÚS, AYUDADO POR UN CIRINEO
«Bien de todos los bienes y Jesús mío, ordenad luego modos cómo haga algo por Vos, que no hay ya quien sufra recibir tanto y no pagar nada. Cueste lo que costare, Señor, no queráis que vaya delante de Vos tan vacías las manos» (21,5).
Al arrimar el hombro a toda situación injusta y dolorosa, ¡soy cirineo de Jesús! ¿Necesitas mi ayuda, Señor Jesús? Aquí tienes mis manos.
VI + LA VERÓNICA ENJUGA EL ROSTRO DE JESÚS
«Quisiera yo siempre traer delante de los ojos su retrato e imagen, ya que no podía traerle tan esculpido en mi alma como yo quisiera» (22,4).
El gesto de una mujer: tan gratuito y valiente. Así es el amor. Sólo cuando consuelo y corto la hemorragia de los que sangran puedo descubrir y bordar en mi pañuelo el rostro de Cristo. Cuando te miro, Señor Jesús, con la cruz a cuestas, tu rostro se queda grabado en mi corazón y mi vida se abre a tu amor.
VII + JESÚS CAE EN TIERRA POR SEGUNDA VEZ
«Acuérdense de sus palabras y miren lo que ha hecho conmigo, que primero me cansé de ofenderle, que Su Majestad dejó de perdonarme. Nunca se cansa de dar ni se pueden agotar sus misericordias; no nos cansemos nosotros de recibir» (19,15).
Marcado por heridas profundas: soledad, fracaso, desprecio, falta de afecto. Sumergido en el pecado. Caído al dar por bueno lo que es mediocre y al llamar virtud a lo que es cántaro agrietado. Abrazado una y otra vez a la mentira. Si caigo, Señor Jesús, por segunda vez, Tú me das la mano.
VIII + JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
«No me ha venido trabajo que, mirándoos a Vos cuál estuvisteis delante de los jueces, no se me haga bueno de sufrir. Con tan buen amigo presente, con tan buen capitán que se puso en lo primero en el padecer, todo se puede sufrir: es ayuda y da esfuerzo; nunca falta; es amigo verdadero» (22,6).
A las abatidas de la tierra, Tú, Señor Jesús, les dices palabras de aliento; ¡eres el Amigo verdadero!
IX + JESÚS CAE EN TIERRA POR TERCERA VEZ
«Que ésta llamo yo verdadera caída, la que aborrece el camino (la oración) por donde ganó tanto bien... Allí entenderá lo que hace y ganará arrepentimiento del Señor y fortaleza para levantarse» (15,3).
«Que ésta llamo yo verdadera caída, la que aborrece el camino (la oración) por donde ganó tanto bien... Allí entenderá lo que hace y ganará arrepentimiento del Señor y fortaleza para levantarse» (15,3).
Pueblos caídos, incapaces de ponerse de pie. Gentes sin saber qué hacer ni por dónde ir. ¡Tantas personas sin camino! Pero si, desde el suelo, abro los ojos, te veo a Ti, caído por nosotros, gritando al oído: ¡Animo! ¡Levántate!
X + JESÚS, DESPOJADO DE SUS VESTIDOS
«Es muy buen amigo Cristo, porque le miramos Hombre y vémosle con flaquezas y trabajos, y es compañía» (22,10).
¡Qué afán por despojar al pobre de su vestido, al hambriento de su pan! Quiero ser hermano, pero hago trizas la paz. Quiero compartir, pero no dejo que el pan sea de todos en una mesa común. Y Tú, Señor Jesús, te dejas desnudar de la vida para que vestirme con una túnica de alegría. ¡Cuánto amor el tuyo! ¡Cuánta ingratitud la mía!
XI + JESÚS, CLAVADO EN LA CRUZ
«Siempre que se piense de Cristo, nos acordemos del amor con que nos hizo tantas mercedes... que amor saca amor» (22,14).
En lo alto de la cruz triunfa la vida sobre la muerte. Lo absurdo es vencido por la esperanza. Al pie de la cruz, Señor Jesús, abro mis manos y recojo tu amor. ¿Cuándo se despertará mi amor por Ti?
XII + JESÚS MUERE EN LA CRUZ
«Díjome una vez el Señor que pusiese los ojos en lo que Él había padecido, y todo se me haría fácil» (26,3).
Pequeño en la cuna y pequeño en la cruz, pero fuerte para fortalecer toda rodilla vacilante. Nacido en silencio y muerto en soledad, pero dando motivos de aliento a los abatidos. Pero tu semilla de amor ya está sembrada en mi corazón; el fruto no tardará en asomarse.
XIII + JESÚS EN LOS BRAZOS DE SU MADRE
«Es bueno pensar las penas que allí tuvo y por qué las tuvo y quién es el que las tuvo y el amor con que las pasó... Se esté allí con El» (13,22).
Toda una vida en los brazos de la Madre; la que sintió el primer aliento, recoge ahora el último suspiro. Todo se ha cumplido. Señor Jesús, abro mis brazos para acogerte, como María. Al tocar tu cuerpo muerto, tu amor me recorre por dentro, tu vida vence mi pecado.
XIV + JESÚS ES PUESTO EN EL SEPULCRO
«Poníame en las manos de Dios, que Él sabía lo que me convenía, que cumpliese en mí lo que era su voluntad en todo» (27,1).
Ningún sepulcro puede retener el grito imparable de la vida. La tierra pronto se llenará de risas y cantares. Una fe de resurrección pide ir más allá del monte de las lágrimas. Señor Jesús, cierro los ojos y me pongo confiadamente en tus manos. Hágase en mí tu proyecto. Amén.
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