Tarde de fútbol. Febrero húmedo y frío. Visita de un equipo extranjero. Roma hierve de “hooligans”. Partido de “alto riesgo”. Un batallón de “teppisti” (gamberros) ha dejado Roma, la ciudad eterna, inundada de botes de cerveza, papeles grasientos y vomitonas a discreción. No ha empezado el partido y ya están borrachos.
Los más atrevidos han orinado sobre la Barcaza de la Plaza de España, obra del inmortal Pietro Bernini, padre de Gian Lorenzo. Parece que los destrozos no son irreparables; pero lo más triste y humillante, es que mean sobre el arte. Así son ellos de finos.
Les cuento lo que ha dicho el jefe de estos energúmenos (lo tomo del Corriere della Sera): «¿Y qué importa que hayamos hecho “pipí” sobre este monumento? Roma entera es un monumento». Al energúmeno le ha salido la vena cursi, y ha dicho “pipí”. Como le enseñó su abuela siendo niño. Pero ustedes anoten esto: Es como si el hooligan dijera: «Que no se enfaden los romanos, que todavía les queda mucho arte. Y si nos multan, nos meamos también en el Coliseo».
Roma en el pasado sufrió saqueos (fue famoso el de Carlos V), terremotos que abatieron la esbelta torre de Conti, inundaciones del Tíber, allí donde el río no estaba todavía canalizado. Roma ha afrontado bombardeos, incendios (peores que el de Nerón), todas las agresiones habidas y por haber. Algunas han pasado a la historia, como la del loco aquel que, al grito de «soy Jesucristo» y armado con un martillo, mutiló en la basílica de San Pedro a la Pietà de Miguel Ángel.
Por si fuera poco, Roma sufre cada día la contaminación de un tráfico endiablado; pero ahí sigue su monumentalidad. El arte en sus calles se resiste a desaparecer. Todavía no ha sido necesario meter la Barcaza de Bernini en un museo. Pero todo se andará. Una obra de arte en un museo se salva, pero pierde la función para la que fue creada. A este paso y si las cosas siguen así, no va a haber espacio suficiente en los museos para meter lo que le queda a Roma de su glorioso pasado.
Decía Tagore que hay personas (y ciudades, añado yo) que ofrecen flores a cambio de insultos. Las flores de Roma son sus basílicas, sus plazas y fuentes. El turista puede, hoy, ver Roma y disfrutar aún de sus monumentos. ¿Por cuánto tiempo?
Sin embargo, lo mejor de una ciudad, más allá de su monumentalidad, es su hospitalidad. Sólo por esto podemos seguir creyendo en la gratuidad de lo bello y en la generosidad de los corazones.
Dios que es gratuito, también es bello. Y Él nos da todo por nada. Más aún, nos sigue amando a pesar de las agresiones diarias que experimenta su santo Nombre (véanse yihadistas, caricaturistas y blasfemos de grueso calibre). ¡Pobre humanidad!
Pero, volviendo a la noticia de los hooligans, recojo lo que ha dicho el Jefe de la Policía: «Bastante hacemos con evitar las muertes humanas». En España, no hace demasiado tiempo, no se pudo evitar el que un grupo de exaltados del fútbol arrojaran al río Manzanares a otro exaltado, abandonándolo allí a su suerte. Y su suerte fue la muerte.
Pues sí, lo primero son las vidas humanas. Pero no nos contentemos solo con salvar vidas. Hagamos algo, también, por salvar el arte: todo lo bello, bueno y verdadero que aún nos queda en esta vieja y cansada Europa. Conservemos y mejoremos el patrimonio cultural que hemos heredado. De lo contrario, volverán los vándalos. Ya están ahí.
En Roma, en estos últimos días de febrero, policía y carabineros han confiscado a más de 600 descerebrados del fútbol toda clase de cachiporras, cuchillos y armamentos. No son los pobres “ragazzi di vita” de las películas de Pasolini. No.
Son los “tifosi” del fútbol. Los “hooligans”. Bien alimentados y con dinero para viajar.
Eduardo de la Hera
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