El Papa Francisco ha peregrinado a Tierra Santa en los últimos días del mes de mayo.
Cuatro han sido los objetivos de su viaje: visitar al pequeño rebaño de cristianos allí marginados (y hasta perseguidos en otros muchos lugares); reafirmar, profundizar y potenciar las relaciones con el patriarcado de Constantinopla (y en general con todas las Iglesias ortodoxas); fortalecer el diálogo con judíos y musulmanes; y servir una vez más a la causa de la paz, siempre tan frágil y amenazada en aquellas tierras. Cuando escribo esto, otro foco de tensión ha surgido: han sido asesinados por Hamás cuatro adolescentes judíos.
Me gustaría resaltar el significado y nuevo perfil de este viaje peregrino del Papa Francisco. Se trata de un importante “paso adelante”. Pablo VI dio el primero, hace cincuenta años. En el camino ecuménico e interreligioso, ningún gesto, palabra o signo (por muy repetitivo que parezca) es inútil o cae en el vacío.
A pesar de un cierto cansancio, no respecto al Movimiento Ecuménico en cuanto tal, pero sí a ciertas formas de ecumenismo que parecen ya agotadas, es necesario de cara al siglo XXI seguir ahondando en el diálogo teológico, que sigue abierto y en el que las convergencias doctrinales con las grandes Iglesias y otras familias cristianas (ortodoxos, anglicanos y luteranos) han dado tan buenos frutos. No se trata ya -como en otras épocas- de buscar un mínimo común denominador para alcanzar acuerdos, sino más bien “profundizar en la visión que cada uno tiene de la verdad completa que Cristo ha dado a su Iglesia”, como ha dicho el gran teólogo y ecumenista, Walter Kasper. Hasta no hace mucho tiempo buscábamos ese “mínimo común denominador” (hoy, ya agotado); es necesario dar un paso más: profundizar, clarificar y expresar en toda su riqueza y diversidad las grandes verdades de nuestras tradiciones eclesiales: diversas, ricas, multiculturales. Otra cosa es la división. Cristo nos quiere a los cristianos unidos.
Francisco se ha tomado en serio lo que el Papa Juan Pablo II sugirió en Ut Unum Sint: aquel llamamiento que hizo en su encíclica a buscar una nueva “forma de ejercicio del primado que, sin renunciar a lo esencial de su misión, se abra a una situación nueva”.
El encuentro con los representantes del judaísmo y del islamismo puede seguir contribuyendo, más allá de las diferencias, a dejar en evidencia que se impone como necesario un diálogo entre culturas, tradiciones y principios religiosos. Sólo así podremos dejar a un lado o aislar las posturas fanáticas de los que manipulan la fe religiosa, sobre todo fanatizándola, para llevar adelante ambiciones y propósitos políticos o de cualquier otro tipo.
El valiente gesto profético del Papa Francisco, invitando a un encuentro de oración en el Vaticano al presidente, Shimon Peres y al primer ministro, Benjamín Natanyahu es altamente elocuente y pasará a la historia. Los creyentes creemos en la fuerza de la oración, unida a la acción. La “revolución” del papa Francisco, de la que algunos hablan, consiste -según le dijo al periodista Enrique Cymerman- “ir a las raíces y ver lo que tienen que decirnos hoy”. Los cambios sólo se pueden hacer sin renunciar a la propia identidad. Y el diálogo, las convergencias, la verdadera amistad, deben realizarse sin negar el apellido cultural o religioso que cada uno tiene.
Eduardo de la Hera
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