En las Comisiones formadas para organizar los Actos del V Centenario del nacimiento de santa Teresa, se busca llegar a esta conclusión: que los cristianos conozcamos a la Santa y sepamos leer sus escritos. Es una equivocación creer que la conocemos leyendo algo de sus escritos o bien, leyendo ampliamente a aquellos autores que comentan Las Cartas, el Libro de la Vida, el Camino de Perfección y Las Moradas... Hay que leer a la misma Santa, aunque nos parezca que no la entendemos. Tenemos que enamorarnos de su doctrina, de su estilo y de su vida. Santa Teresa escribe lo que vive, y vive lo que Dios Padre, por medio del Espíritu Santo, la inspira junto a la Cruz, siempre la Cruz, del Dios que se hizo hombre por nosotros y para nosotros.
El capítulo 27 del Libro de la Vida nos habla de cómo Dios habla al alma y quiere instruirla, siempre que ella viva el silencio espiritual y la soledad material. En la oración, dice la santa, Dios nos habla con el lenguaje del cielo. Que es un lenguaje de miradas más que de palabras. Como hace la madre con su hijo pequeñito que se miran y se entienden y la mirada de la madre hace sonreír al hijo pequeñito. Le hace feliz. El alma, instruida por Dios, adquiere una sabiduría muy superior de los teólogos.
Escribe la santa: “Esta comparación postrera me parece declara algo de este don celestial, porque se ve el alma en un punto sabia, y tan declarado el misterio de la Santísima Trinidad y de otras cosas muy subidas, que no hay teólogo con quien no se atreviese a disputar la verdad de estas grandezas”. Y afirma: “Dios se da a Si, a los que lo dejan todo por Él. No es aceptador de personas, a todos ama, no tiene nadie excusa por ruin que sea”. Y grita: “¡Qué rico se hallará el que todas las riquezas dejó por Cristo, qué honrado el que no quiso honra por Él, qué sabio el que se holgó de que le tuviesen por loco, pues lo llamaron así a la misma sabiduría”.
Les invito a leer este capítulo y leerlo una y mil veces. Dios nos ama y nos mira y nos llena de su sabiduría.
Germán García Ferreras
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