No son necesarios muchos análisis sociológicos para darse uno cuenta de que los jóvenes no sintonizan con la institución eclesial. No valoran a la Iglesia como organización al servicio de la sociedad. La Iglesia y los jóvenes, como el agua y el aceite, parece que no se encuentran. Lo dicen las encuestas y las estadísticas. Pero, además, sólo con abrir los ojos puede verse.
Tal vez no existe ni rechazo siquiera. Hay desinterés, desconocimiento y una cierta alergia. Hay desafección. Se sienten poco o nada compenetrados o representados por esta institución milenaria. Fueron bautizados, hicieron la primera y tal vez última comunión (o casi). Algunos se confirmaron. Seguramente un día se casen por la Iglesia. O tal vez no, si nos atenemos a las formas de vivir en pareja que hoy se estilan.
¿Y sus padres? Tampoco conectan demasiado con la Iglesia. Andan sólo preocupados por la Iglesia, cuando llega el momento de celebrar una fiesta familiar de primera comunión o una boda. Y casi siempre, con la mirada puesta en el realce externo y social del acontecimiento. ¿Dónde queda una vinculación profunda, como de familia, con la Iglesia? Seguramente los abuelos en este punto se muestren más coherentes y, desde luego, más practicantes dentro de la familia eclesial.
¿Pero por qué se ha llegado a esta situación? Si se puede hablar de responsabilidades, ¿quiénes serían responsables de esta desafección? ¿Los propios jóvenes que están en “otras cosas”? Desde luego, ellos inocentes no son. Deberíamos ayudarles a hacer una autocrítica seria y responsable de la vida que llevan, a la vez que los cristianos adultos hacemos también con ellos nuestra propia autocrítica. Por si fuera poco, estamos metidos en una crisis económica, que lo es principalmente de valores humanos (y cristianos), que nos tiene a todos en vilo.
Si miramos a la propia Iglesia, ¿le preocupa a la Iglesia el mundo de los jóvenes, más allá de las lamentaciones? Pienso que sí. Hay movimientos, grupos y comunidades de jóvenes cristianos que están haciendo admirables procesos de fe, sin que les importe la masa borreguil de los que viven sólo para “pasarlo bien”, sin más planteamientos. Y hay responsables, animadores y consiliarios que viven generosamente entregados a ayudar a estos jóvenes. Sin duda, son pocos, comparados con los muchos jóvenes, que por ahí andan. Pero el cristianismo, la presencia de Iglesia, la misma fe, aun siendo una llamada que se hace a todos, hoy no a todos llega, no a todos alcanza. La situación en España es de misión. Existe, además, una corriente histórica que empuja a los jóvenes (y a los mayores) a ir en dirección contraria de lo que significa pertenecer a la Iglesia con todas sus consecuencias.
Y sin embargo, todo en la Iglesia debería ser motivación, ánimo y esperanza. ¿Lo es realmente? Es muy importante analizar los modelos de Iglesia que los jóvenes perciben ¿Qué modelo o tipo de Iglesia circula por ahí en el imaginario no sólo de los jóvenes, sino de mucha gente? Hasta que la Iglesia no se vea como un regalo y no como carga o estorbo, no daremos ningún paso en positivo. Si la Iglesia es signo o señal de que Cristo sigue con nosotros, ¿por qué este signo no brilla? ¿Lo hacemos opaco con nuestra manera de vivir? Los jóvenes bautizados ya son ellos mismos Iglesia. Pero deberían, sin duda, conocer a su Iglesia más, mejor y sin clichés. La Iglesia, toda ella, es un regalo que Cristo nos ha dejado. Por eso hace falta una Iglesia conocida, aceptada, amada por los jóvenes. Una Iglesia con propuestas evangélicas que entusiasmen. Lo demás, dejémoslo en las manos de Dios.
Eduardo de la Hera
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