San Juan de Ávila está en Granada y el día 2 de enero de 1538 escribe una carta al Maestro García Arias, que es sacerdote, teólogo y predicador. Comienza diciendo que sabe cómo su carta anterior no gustó mucho a sus amigos.
En la carta trata de recodar al “predicador” qué es lo que debe hacer la víspera del sermón. Entre otras advertencias habla de la CENA. La “regla particular que para esto me pide, me parece que debe ser ésta: recogerse cada noche en tocando la oración del Ave María, o un poquito antes, hincadas las rodillas”.
“Entre las ocho u ocho y media, coma un bocado de cosa liviana, porque así ha de ser la cena, que en ninguna manera dé pesadumbre al alma, para entender en la oración. Y querría que sobre la cena no hablase, más que guardase silencio”. Y añade: “Después de haber tomado el bocado, debe rezar vocalmente alguna cosilla y leer algo que más le incite a devoción que a sutileza de ingenio”. Y advierte que más que pensar en los pecados de los demás, “quitar los ojos en la enmienda de la vida ajena, ponerlos en la suya y rogar a otros que le ayuden a ello”.
Ahora que tanto insiste nuestro Papa Francisco, que todos los cristianos debemos vivir el espíritu misionero, convirtiéndonos en predicadores de palabra y obra, nos vienen muy bien estas normas que San Juan de Ávila, recomienda al Maestro García Arias.
Me encanta recordar la cena de que nos habla San Juan de la Cruz en una de sus estrofas del Cántico Espiritual: “La noche sosegada/ en par de los levantes del aurora/ la música callada/ la soledad sonora/ la cena que recrea y enamora”. Dice San Juan de la Cruz que Dios invita a esa cena y en ella comunica al alma sus deleites y gozos “muy graciosa y largamente”.
Al final de la carta, San Juan de Ávila escribe: “La conversación exterior sea llana, sin juzgar a nadie, ni llorar la perdición de los otros; mas, olvidado de las faltas ajenas y mirando sus bienes, volver sobre los propios males y estos llorar y remediar”.
Germán García Ferreras
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