lunes, 10 de octubre de 2016

LA FUERZA DE DOMINGO ESTÁ EN LA ORACIÓN

Domingo, no es un hombre con una complexión física fuerte, y la beata Cecelia Cesarini nos lo presenta casi con la figura grácil y mortificada de un auténtico asceta. Es un hombre incansable en la tarea apostólica, caminando varias decenas de kilómetros al día, para poder atender las necesidades de predicación en aquella oscura Europa que no terminaba de salir de una desgracia: guerras, hambres, pestes, etc. y que estaba sedienta de la luz de la esperanza que trae el Evangelio. Domingo tiene una clave para sacar fuerzas cada día: la oración. Fray Domingo es un asceta contemplativo, sin olvidar nunca la tarea que le ha encomendado la Iglesia. La oración será la clave para superar no pocas fatigas. Quizá sea una de las tareas menos conocidas de Nuestro Padre, la contemplativa. El del Padre Lacordaire, O.P., es clarificador.

«Después de cantar las Completas. Los frailes que prolongaban sus oraciones particulares, acaban de subir a descansar. Domingo piensa que está solo. Comienza entonces a orar en alta voz; gime y se mortifica. No ha visto al “frailecico” que se ha escondido tras una columna para espiar la oración de su Padre, al resplandor de la lamparilla. Otros imitan al hermano curioso. Su indiscreción amorosa nos descubre la grandeza extraordinaria de aquella oración, que constituye el misterio de Domingo y de su fundación.

Ora siempre. Durante el oficio divino, en la misa, en los caminos, en los bosques, en los santuarios que visita al pasar. Ora, sobre todo de noche. Apenas llegado a un albergue, empapado aún por la lluvia, se pone a orar mientras los hermanos se secan al fuego. Es frecuente que pase toda la noche en oración. Sólo interrumpe su oración contemplativa para asistir a Maitines, en los que anima el fervor de los religiosos, o para subir al dormitorio a visitar con cariño a sus frailes dormidos, y taparles.
¿Cuándo duerme Domingo? No tiene lecho. Dormita en la iglesia entre dos oraciones, reclinada la cabeza sobre una grada del altar. Se le encontraba también replegado sobre sí mismo en un rincón del convento, o sobre un banco, o también sentado. Pero, con mucha frecuencia, dormita también durante la comida. Dormía muchas veces al borde de los caminos. Después de haber dedicado el día a los hombres, consagraba la noche a Dios.

Se dirige con preferencia a Jesús, al Salvador, ante el altar o el crucifijo que gusta de visitar. Su contemplación se hace intercesión por los miserables, por los pecadores o por sus hermanos».

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

No hay comentarios:

Publicar un comentario