martes, 7 de junio de 2016

Las monjas de Prulla. La primera Fundación

Las monjas de Prulla.  La primera Fundación
 
Mientras en el sur francés las tropas al mando de Simón de Montfort intentan frenar el levantamiento cátaro... Domingo sigue, dolorosamente solo, con su “batalla” de predicar la salvación; los abades cistercienses, han desistido en su empeño de predicación y han vuelto al claustro. Y Diego de Acebes, retorna a su sede en Osma para no volver, pero ha dejado en Domingo, un estilo de predicación mendicante, y un grupito de mujeres enclaustradas en Prulla.
 
Estas, eran jóvenes huidas de los cátaros, a quienes sus padres las habían confiado, según la costumbre frecuente en las familias nobles y poco afortunadas del sur francés. Mujeres generosas de origen católico, que querían volver “a los brazos de la Madre Iglesia”.
 
El extremismo de la castidad de los cátaros, que se auto proclamaban perfectos, su abstinencia de todo lo que tocaba a la materia, y su espiritualismo angélico, atraían estas mujeres con anhelos de perfección. La semilla de la herejía prendía en ellas que se convertían en las mejores propagandistas. Los perfectos se agrupaban en comunidades, que en adelante servían de lugares de retiro y centros de ministerio para los predicadores de la secta. Sin recursos, y con frecuencia abandonadas por sus familias, estas mujeres no sabían qué hacer. Domingo pensaba que debían hallar en la Iglesia una forma de vida todavía más santa y fecunda, y por eso decidió fundar un monasterio con éstas y otras mujeres.
 
La mayor parte de las conversiones las consiguió el mismo Domingo, que se encargó de entrevistarse con el arzobispo de Narbonne. Este concedió a las convertidas un patrimonio inicial, en abril de 1207 y así nació una comunidad en Prulla, donde fijó Domingo el centro de su predicación.
 
Dios concedió a Domingo una gracia especial para el ministerio femenino. Por dondequiera que pasó dejó grupos de monjas, y es significativo que su primera fundación fuera femenina. Y el P. Vicaire expresa así el fin de esta fundación: «Por fin, la estabilidad económica de una comunidad femenina que podía recibir bienes, le permitía encontrar una contrapartida cómoda a la mendicidad itinerante. Cuando volvía de sus excursiones apostólicas, en las que había mendigado el pan de cada día, gozaba de la hospitalidad de las Hermanas, como los predicadores cátaros de la hospitalidad de las perfectas. La oración de las monjas se unía a la suya. El resplandor de su palabra y de su vida se apoyaba en el fulgor religioso de la comunidad y de las buenas gentes, que apoyaban con sus bienes al monasterio, ofreciéndose a la “Santa Predicación” del señor Domingo».

Fray Luis Miguel García Palacios, O.P.
Subprior del Convento de San Pablo

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