martes, 13 de octubre de 2015

La Revolución de la Ternura

El viaje del Papa Francisco a Cuba y Estados Unidos, además de los grandes mensajes, también nos ha dejado... pequeñas “píldoras” en sitios pequeños. Así, el 26 de septiembre, tras pasar por la Sede de la ONU y rezar por la Paz con los líderes de otras religiones en la Zona Cero... de camino a la Santa Misa en el Madison Square Garden... paró en el Harlem... en la escuela Nuestra Señora Reina de los Ángeles, para encontrarse con niños y familias de inmigrantes.

Y allí dijo -a los niños, a sus padres y a los profesores- que «con personas que abren sus puertas y muestran su ternura la escuela se vuelve una gran familia para todos, donde junto a nuestras madres, padres, abuelos, educadores, maestros y compañeros aprendemos a ayudarnos, a compartir lo bueno de cada uno, a dar lo mejor de nosotros, a trabajar en equipo, a jugar en equipo, que es tan importante, y a perseverar en nuestras metas». Y que «es hermoso tener sueños y es hermoso poder luchar por los sueños». Y que «donde hay sueños, donde hay alegría, ahí siempre está Jesús».

Vuelve el Papa a implicarnos en la “Revolución de la ternura”... como ya nos anunció en la Homilía del inicio de su Pontificado, cuando nos dijo: «No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura».

Tengo para mí que con personas que “abren su corazón” y  “muestran ternura”... pocos sitios habrá que no podamos convertir en lugares donde vivir como una “gran familia”. Esto debe ser posible en nuestras casas, en nuestros lugares de trabajo y calles, en los plenos de los Ayuntamientos y en los hemiciclos de los Parlamentos. Corazón y ternura.

Y, por cierto... el Papa les puso deberes a los niños... para hacer en casa: «no se olviden de rezar por mí para que yo pueda compartir con muchos la alegría de Jesús. Y recemos también para que muchos puedan disfrutar de esta alegría, como la que tienen ustedes cuando se sienten acompañados, ayudados, aconsejados, aunque haya problemas. Pero está esa paz en el corazón de que Jesús nunca abandona».

Domingo Pérez

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