En la Carta apostólica Porta fidei, por la que se convocaba el Año de la Fe, que estamos celebrando, Benedicto XVI decía que en este Año «es decisivo volver a recorrer la historia de la fe, que contempla el misterio insondable del entrecruzarse de la santidad y el pecado» [Porta fidei, 13]. Según nos recordaba, los mártires, después de María y los Apóstoles -en su mayoría, también mártires- son ejemplos señeros de santidad, es decir, de la unión con Cristo por la fe y el amor a la que todos estamos llamados.
También el Concilio Vaticano II habla repetidamente de los mártires. Así, la Lumen gentium, al exhortar a todos a la santidad, nos presenta su modelo: «Jesús, el Hijo de Dios, mostró su amor entregando su vida por nosotros. Por eso, nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus hermanos (cf. 1 Jn 3, 16 y Jn 15, 13). Pues bien: algunos cristianos, ya desde los primeros tiempos, fueron llamados y serán llamados siempre, a dar este supremo testimonio de amor delante de todos, especialmente, de los perseguidores. En el martirio el discípulo se asemeja al Maestro, que aceptó libremente la muerte para la salvación del mundo, y se configura con Él derramando también su sangre. Por eso, la Iglesia estima siempre el martirio como un don eximio y como la suprema prueba de amor. Es un don concedido a pocos, pero todos deben estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres y a seguirlo en el camino de la Cruz en medio de las persecuciones, que nunca le faltan a la Iglesia». [Lumen gentium, 42].
Por la fe, los mártires entregansu vida como testimonio de la verdad del Evangelio, que los ha transformado y hace capaces de llegar hasta el mayor don del amor, con el perdón de sus perseguidores.
El próximo 13 de octubre, se celebrará en Tarragona la beatificación de unos quinientos hermanos nuestros en la fe que dieron su vida por amor a Jesucristo, durante la persecución religiosa de los años treinta del siglo XX. Fueron muchos miles los que por entonces ofrecieron ese testimonio supremo de fidelidad.
De entre ellos se beatificará a 12 palentinos, que como nos anuncia el lema de esta fiesta, fueron “firmes y valientes testigos de la fe”. Estos paisanos nuestros nos estimulan con su ejemplo y nos ayudan con su intercesión.
La Beatificación del Año de la fe es una ocasión de gracia, de bendición y de paz para la Iglesia y para toda la sociedad. Vemos a los mártires como modelos de fe y, por tanto, de amor y de perdón. Los mártires murieron perdonando. Por eso, son mártires de Cristo, que en la Cruz perdonó a sus perseguidores. Celebrando su memoria y acogiéndose a su intercesión, la Iglesia desea ser sembradora de humanidad y reconciliación en una sociedad azotada por la crisis religiosa, moral, social y económica, en la que crecen las tensiones y los enfrentamientos.
Quiénes son
Hermanos de La Salle: Alejandro González Blanco (H. Braulio José), natural de Villovieco; Arsenio Merino Miguel (H. Augusto María), natural de San Cebrián de Mudá; Eleuterio Mancho López (H. Eleuterio Román), natural de Fuentes de Valdepero; Graciliano Ortega Marganes (H. Benjamín León), y Lázaro Ruiz Peral (H. Crisóstomo Albino), naturales de Arconada; Luis Herrero Arnillas (H. Esteban Vicente), natural de La Serna; Ramiro Frías García (H. Vidal Ernesto), natural de Villajimena; y Sebastián Obeso Alario (H. Honorio Sebastián), natural de Añoza.
Hermanos Maristas: Amancio Noriega Núñez (H. Félix Amancio), natural de Aguilar de Campoo; e Hilario de Santiago Paredes (H. Ligorio Pedro), natural de Cisneros de Campos.
Orden Hospitalaria de San Juan de Dios: Tomás Pérez del Barrio (H. Cristóbal), natural de Palencia.
Hermanos Menores Capuchinos: Basilio González Herrero (H. Alejo de Terradillos), natural de Terradillos de los Templarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario