lunes, 1 de abril de 2013

De la Homilía de la Misa Crismal


Son los sacramentos los vehículos privilegiados de la misericordia divina. A través de ellos se nos da la nueva vida de hijos de Dios y especialmente en la eucaristía se hace realmente presente la fuerza perdonadora de la sangre derramada del Señor. No en balde antes de comenzar los sagrados misterios nos preparamos reconociendo humildemente nuestros pecados y pedimos al terminar el “yo confieso”: “Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna”. Así predispuestos, la participación en la eucaristía, uniéndonos sacramentalmente con Cristo, tiene la virtud de perdonar nuestros pecados cotidianos.

Pero, entre todos los sacramentos, el sacramento de la penitencia es el verdadero sacramento de la misericordia de Dios, quien una y otra vez nos perdona, y una y otra vez nos concede la oportunidad de un nuevo comienzo en nuestra vida espiritual. En ningún otro momento experimentamos la compasión de Dios de forma tan inmediata, tan directa, como cuando en nombre de Jesús se nos dice “tus pecados quedan perdonados”. Tras la absolución del sacerdote, experimentamos la paz espiritual y la alegría interior que este sacramento confiere.

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