Entre las grandes alegrías de la JMJ celebrada en Madrid, podemos significar con letras brillantes, que el Papa Benedicto XVI anunció que San Juan de Ávila será declarado Doctor de la Iglesia. Una gran noticia para la Iglesia Española, que nos obliga a preparar tan extraordinario acontecimiento. Y no puede haber mejor preparación que conocer su vida y estudiar sus muchos escritos.
Durante cinco años tuve la gracia de ser párroco en Almodovar del Campo -lugar de nacimiento del Santo- y, como tal, asistí en Roma a su Canonización, el 31 de mayo de 1970.
Alonso de Ávila y Catalina Xixón, viven en Almodovar del Campo y son un matrimonio de “los más honrados y ricos del pueblo”. No tienen descendencia y Catalina va en romería a la ermita de Santa Brígida, que está en una sierra “sembrada” de olivos y zarzas. Camina descalza y con una soga atada a sus carnes pidiendo a la santa un hijo. Tras la romería -dice la historia- quedó embarazada. El Santo nace el 6 de enero de 1500.
Alonso y Catalina, muy piadosos y temerosos de Dios, enseñan a Juan la doctrina cristiana, y cuando tiene catorce años le envían a Salamanca a estudiar Leyes. Tres años lleva allí cuando, viendo una corrida de toros, recibe una llamada de Dios y regresa a la casa paterna para dedicarse a la oración, penitencia y lectura de la Biblia.
Es 1517 cuando Juan comienza una vida nueva. Vive como ermitaño... en una cueva con manantial que hay en la casa de sus padres. Duerme en el suelo y su comida es austera. Acude a la iglesia para comulgar, confesarse y frecuentar el sagrario. Es todo un ejemplo para los vecinos del pueblo y los sacerdotes.
El comportamiento de sus padres me recuerda lo que santa Teresa escribió de sus padres: “El tener padres virtuosos y temerosos de Dios me bastara para ser buena. Con el cuidado que tenía mi madre de hacernos rezar. Era mi padre de mucha caridad con los pobres y piedad con los enfermos”.
Germán García Ferreras
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