+ Mons. Manuel Herrero Fernández, OSA. Obispo de Palencia
«Esta fiesta nos sostiene en medio de las miserias de este mundo: ahora es cuando Dios nos comunica la alegría de la salvación, que irradia esta fiesta, ya que en todas partes nos reúne espiritualmente a todos en una sola asamblea, haciendo que podamos orar y dar gracias todos juntos, como es de ley en esta fiesta» (San Atanasio, obispo, carta pascual 5,1-2).
Así se expresa San Atanasio, obispo de Alejandría. ¿Qué fiesta es esta? Es la Pascua del Señor. Es el paso -pascua es paso- de Jesús de la muerte a la vida, de la cruz a la luz, de la pasión a la gloria, de la humillación a la glorificación, de la oscuridad a la luz, del llanto al júbilo, de la tristeza a la alegría. ¡Qué imán tiene esta fiesta que logra la unión de todos los creyentes y la reunión de todos para cantar y gozar con el Aleluya! ¡Cómo canta la Liturgia Romana al Cirio pascual, que representa a Cristo, vencedor de la noche! ¡Con que fuerza la Iglesia da gracias por el agua bautismal que hace renacer a la vida eterna! ¡Con cuánta alegría recibe la comunidad a los nuevos miembros, nacidos del agua y del espíritu! ¡Con cuánta certeza proclama la Palabra la verdad del Crucificado y Resucitado! ¡Con qué energía proclama la Iglesia el Credo, síntesis feliz de nuestra fe en Dios Padre que nos entrega al Hijo para llenarnos de su Espíritu!¡Con qué sencillez el sacramento de la Eucaristía hace presente a Jesucristo, el grano de trigo caído en tierra, muerto, fecundo, hecho pan para el camino, a Jesús, el amigo de la viña, que pisado en el lagar de la pasión nos ha dado el vino mejor que hace de nuestra existencia una fiesta de bodas!
Es que esta fiesta proclama y celebra al Dios de la Vida, al Dios del Amor, a Dios, vencedor del mal, del pecado y de la muerte, a Dios creador, redentor y santificador del hombre, al Dios cuya gloria es que el hombre viva, al Dios liberador, a Dios que nos hace Hijos en Cristo, a Dios que nos hace hermanos con Cristo, a Dios que nos diviniza con su espíritu por Cristo.
Es que esta fiesta eleva al hombre, llena de esperanza, convierte nuestra historia en historia feliz de salvación, nuestra tierra es trasformada en cielo, nuestras derrotas en victorias, nuestras guerras en paz, nuestra muerte en vida, nuestra mortalidad en inmortalidad, nuestra temporalidad en eternidad, nuestras divisiones en unión armónica y sinfónica, nuestra humillación en sublimación, nuestro pecado en perdón, nuestra miseria en misericordia.
Que la fiesta no se agoste, no acabe. Que su luz no se apague; que su alegría no cese. Hemos sido salvados en esperanza porque es verdad que todavía hay sepulcros, losas que oprimen, muerte y muertes, injusticia, insolidaridad, desigualdades, hambre de pan y de transcendencia, odio, rencor, resentimiento, ansias de venganza, violencia, corrupción; pero todo esto puede ser vencido, ya ha sido vencido por el amor de Aquel que lo sufrió con nosotros y por nosotros, pero entregó su vida por amor, un amor total, sin reservas, hasta el final. No estamos condenados: hay salvación, hay remedio, hay salida. Dios no ha fracasado al crear al hombre; el hombre no es una pasión inútil, ni un ser para la muerte, es obra de amor, con corazón de carne, es amado y capacidad y necesidad de amar.
Esta fiesta nos da la clave para la vida, una vida nueva. Es Jesús, el Cristo, el Crucificado y Resucitado, Hijo del Padre e Hijo del Hombre, por ser Hijo de María. Creer en él, esperar en él, amarle a él, amar como él, tener sus sentimientos y actitudes, vivir con él, en él y por él. La clave está en abrirnos a él que viene a nuestro encuentro, encontrarnos con él, conocerle a él, seguirle a él, vivir con él y como él. La clave de nuestra felicidad temporal y eterna está en él. Él está todos los días con nosotros hasta el fin del mundo. Que nada nos separe de él; que él nos conceda su Espíritu para que “permanecer siempre en ti, perseverar en tu amor, vivir de tu vida y ser conducidos por tu mano”.
¡Feliz Pascua, palentinos! ¡Feliz Pascua, hermanos!