Pascua de Resurrección no vuelve, cada año, para olvidar la Cruz, sino para colocarla más alta y en su verdadero sitio. Muchos piensan que, superado el luto del viernes y sábado santos, ahora lo que toca es volver a los vicios nuestros de cada día. Algunos no abandonan la jarana, vivida en jornada continua, sin que la Cruz haya influido para nada en lo que san Pablo llamaba “paso de conversión”, “muerte a la esclavitud del pecado para resucitar con Cristo”, ya que Pascua significa esto: “paso de la muerte a la vida”.
Es muy típico de esta época nuestra (facilona, superficial) potenciar la escenografía externa, el teatro en la calle, el puro sentimiento (según lo que toque en cada momento), sin que nada cambie en los creyentes. Por eso los que manejan los mangos de las corrupciones no temen a las festividades religiosas (mucho menos, a las de Semana Santa); son todas ellas una buena oportunidad para que el turismo siga en danza, y así continuar en lo que estamos: haciendo caja. Entendemos, por tanto, el aviso de san Pablo: “Hermanos, no vaciéis de significado la Cruz de Cristo” (cf 1 Cor 1, 17).
Vaciar la Cruz, ¿qué significa para san Pablo?
Vaciar la Cruz, ¿qué significa para san Pablo?
Devaluarla.
Hay dos maneras, hoy, de devaluar la cruz:
Una, espiritualizarla falsamente; de tal manera que se procure olvidar “lo que ocurrió en aquel tiempo”, en el que un Justo murió, cuando unos poderes políticos y religiosos se aliaron para matarlo: o sea, “des-historizar” la cruz, adornarla con muchas flores y quitar al Crucificado. Sería como desactivar la “peligrosidad de la Cruz” que denuncia el mal que se hace contra las personas honestas y buenas, con las que el Señor se solidariza siempre.
Y existe otro camino para minimizar la Cruz: quedarnos en una simple lectura sociológica y política de los acontecimientos. Es decir, “des-teologizar” la cruz, privarla del sentido teológico que ella tiene, y colocarla al margen del plan de Dios. Hoy, algunos se sienten felices admirando a Jesús de Nazaret, pero despojando el misterio de Cristo de verdades trascendentes como “redención”, “liberación del pecado”, “inauguración con la Pascua de un mundo nuevo”, “resurrección de los muertos”, etc.
Por tanto, recordar hoy al Crucificado, narrar su historia entre nosotros equivaldría, según el alemán Jürgen Moltmann, a recordar y narrar a los que mueren injustamente y a los que matan despiadadamente; pero también equivaldría a celebrar el generoso don que Dios ha hecho a la humanidad en la entrega de su Hijo, para que por él encontremos salvación y vida...
Así que, ¡ojo!, que hay muchas maneras de echarle agua al vino de la Pascua. San Pablo nos avisó, cuando nos dijo que sin la Cruz hay rebajas en todo. Pero a nadie le extraña esto, ¿saben por qué?
Porque hemos abaratado la fe y hemos aguado el buen vino del evangelio. Seguir a Cristo siempre merece la pena; pero, hoy, muchos prefieren un Cristo sin Cruz.
Porque hemos abaratado la fe y hemos aguado el buen vino del evangelio. Seguir a Cristo siempre merece la pena; pero, hoy, muchos prefieren un Cristo sin Cruz.
Un cristianismo sin Cruz es un cristianismo sin nervio que no aguanta dos embestidas, porque con un empujón ya se cae. Como los árboles viejos en días de tormentas.
La Cruz es nuestro distintivo. Pero los cristianos nos enredamos enseguida en la malla de lo cómodo y facilón. Mientras tanto, San Pablo sigue levantando la voz: “A alto precio habéis sido redimidos” (1 Cor 6, 20).
¡A precio de cruz! ¡No la devaluéis!
Eduardo de la Hera Buedo
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