La fiesta de Santo Tomás de Aquino, patrono de las universidades, ha llegado puntual y, como viene ocurriendo de un tiempo a esta parte, ha pasado sin pena ni gloria en el ámbito universitario. Aunque solo sea por llevar la “memoria histórica” un poco más lejos de donde lamentablemente la tenemos anclada hoy, convendría refrescar algunas ideas. De sobra sé que la historia de la relación Iglesia-cultura no se puede encerrar en un modesto artículo. Pero permítanme decir algunas cosas al respecto.
La Iglesia se ha colocado siempre al lado de la cultura. Ella influyó en la aparición de muchas de las grandes universidades públicas de Europa. Y, ya en el siglo XVI, también de América (recuérdense las “reducciones” de los jesuitas en Perú, ahora que un Papa jesuita ha estado allí). Poco a poco, andando el tiempo y siempre al lado de misioneros audaces, nacieron otras universidades en Asia y Oceanía. Ciertamente, la Iglesia nunca se desentendió de la cultura. Tampoco olvidó que las letras y conocimientos debían llegar a los pobres y no sólo a los privilegiados. En España, por poner un ejemplo, tuvimos al padre Manjón y sus escuelas del Ave María. En Italia apareció un providencial sacerdote, don Milani, maestro de maestros: o sea, maestro del buen hacer de los pedagogos...
La Iglesia se ha colocado siempre al lado de la cultura. Ella influyó en la aparición de muchas de las grandes universidades públicas de Europa. Y, ya en el siglo XVI, también de América (recuérdense las “reducciones” de los jesuitas en Perú, ahora que un Papa jesuita ha estado allí). Poco a poco, andando el tiempo y siempre al lado de misioneros audaces, nacieron otras universidades en Asia y Oceanía. Ciertamente, la Iglesia nunca se desentendió de la cultura. Tampoco olvidó que las letras y conocimientos debían llegar a los pobres y no sólo a los privilegiados. En España, por poner un ejemplo, tuvimos al padre Manjón y sus escuelas del Ave María. En Italia apareció un providencial sacerdote, don Milani, maestro de maestros: o sea, maestro del buen hacer de los pedagogos...
Al traer a la memoria la presencia de la Iglesia en la cultura, podríamos hablar de la Sorbona de París que surgió gracias también al buen hacer de un sacerdote humilde, Roberto de Sorbon. La universidad de Bolonia, nacida también en el seno de la Iglesia católica, vino al mundo a través de una pequeña escuela en la que se aprendía un poco de todo. Gracias al fraile Graziani, llegó a ser un importante centro de enseñanza. Los Papas, en este tiempo, cooperaban en el sostenimiento de las universidades, y en Bolonia se establecieron muy pronto estudios de medicina, filosofía y astronomía. Doce mil escolares había ya en el siglo XIV; ahora hay más de cien mil...
Pero volviendo a España, ¿en qué ámbito nace la universidad, si no es en el de la Iglesia? No hace falta que vayamos a Salamanca ni a Alcalá de Henares con el Cardenal Cisneros que la fundó (por cierto su centenario ha pasado con más pena que gloria). De momento nos quedamos en Palencia. En una rotonda, próxima a la Universidad de la Yutera, se recuerda que la universidad nació en España con unos “estudios generales”, implantados por un obispo palentino, llamado don Tello Téllez de Meneses. ¿Por qué no se habla, hoy, abiertamente del papel de la Iglesia en el devenir de la cultura?
Que no vuelva a ocurrir como cuando Benedicto XVI, invitado a la Sapienza de Roma, sufrió un “escrache”, hace ahora diez años, por parte de algunos laicistas (torcidamente informados) quienes vinieron a decir que el Papa nada tenía que hacer allí. La cúpula del Borromini, allí mismo en su capilla, debió de ponerse colorada de vergüenza.
Con el paso de los años la cultura se fue independizando de la tutela de madre Iglesia. Era como una hija que se iba de casa, aunque siempre volvía. A veces regresaba un poco respondona e insolente; pero madre Iglesia la miraba orgullosa y decía: “Es mi hija, ¿saben ustedes?, y yo la amamanté; sin mi tutela no hubiera llegado lejos”.
Hoy, sin embargo, la hija ya no reconoce a la madre. Se ha independizado totalmente. ¿Se acuerda la hija de la casa en que nació? Pero dejo en el aire una pregunta todavía más inquietante: ¿Se acuerda la madre de la hija que engendró?
Porque sería muy triste si el desconocimiento fuera mutuo.
Eduardo de la Hera Buedo
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