Cada 1º de mayo, me vienen a la cabeza un montón de recuerdos y sensaciones. Recuerdo ir con mi difunto Padre al Salón Isabel II, recuerdo ruidos, silbatos, banderas rojas, mucha gente, caminando por la calle Mayor, todos en la misma dirección. Yo era pequeño, no comprendía ni entendía nada.
Con el paso de los años he aprendido y he comprendido la profundidad y la sabiduría, que encierra el pequeño gesto que mi padre realizaba cada año, con algunos amigos y compañeros. Un sencillo gesto que junto con otros muchos y otras gentes, han ayudado a mejorar las condiciones laborales y los derechos de los trabajadores. No podemos olvidar la historia, allá por el 1886 (los Mártires de Chicago), ahorcaron a personas por revindicar la jornada laboral de 8 horas, que hoy muchos disfrutamos.
Pongo la mirada en la actualidad... ¿y qué veo? Pues que la crisis y las sucesivas reformas laborales han tenido mucho que ver en el ascenso de los accidentes en el trabajo. Que el trabajo se ha degradado de tal manera que es difícil reconocerlo. Aumentan los contratos precarios y temporales. Desaparece el trabajo indefinido. El trabajo ha pasado de ser un bien para la vida, a ser un instrumento de producción.
No podemos permanecer indiferentes ante estas situaciones, que conocemos y que incluso padecemos en nuestras familias y en nuestros entornos... no ya por nosotros, sino por nuestros hijos.
“El trabajo está en función del hombre y no el hombre en función del trabajo”.
(Juan Pablo II. Laborem Exercens)
Solo la conciencia, la dignidad y la solidaridad, pueden traernos la esperanza de alcanzar soluciones. Todos y todas estamos llamados a participar e implicarnos.
Pablo (H.O.A.C.)
Área de Pastoral Social
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