lunes, 25 de mayo de 2015

Preocupación de la Iglesia por el mundo del trabajo

Podemos decir, sin temor a equivocarnos que en el surgimiento y en el corazón de la Doctrina Social de la Iglesia se encuentra una profunda preocupación por el mundo del trabajo.

Hoy es difícil imaginarse las condiciones de precariedad en las que vivían los trabajadores a finales del siglo XIX cuando el mundo capitalista se desarrollaba sobre una mentalidad de explotación de la capacidad humana de trabajar. Fueron esas duras condiciones que acabaron con la vida de millones de personas las que llevaron al Papa León XIII a lanzar la primera encíclica social Rerum novarum en la cual se enfatizaba en la urgente necesidad de brindar condiciones de dignidad para los trabajadores. Esta inspiración del Papa vino animada por la escucha de movimientos sociales católicos muy fuertes que levantaron su voz a favor de los trabajadores y que comenzaron a lanzar las primeras líneas de lo que hoy llamamos la Pastoral del mundo del trabajo.

Fue el Papa Juan Pablo II quien con mucha claridad supo definir las raíces de esta preocupación de la Iglesia por el mundo del trabajo. En la Carta Encíclica Laborem excersens subraya la razón profundamente bíblica por la cual la Iglesia está convencida de que el trabajo es una dimensión central de la existencia humana. «El hombre es la imagen de Dios, entre otros motivos por el mandato recibido de su Creador de someter y dominar la tierra».


La historia de la Iglesia nos muestra innumerables ejemplos de grandes hombres y mujeres que entregaron su vida al servicio de los trabajadores y de aquellos que no tenían acceso a ese mundo. El Papa Francisco nos acaba de recordar en su primera Exhortación Apostólica Evangelii gaudium que la Iglesia, ella misma, cumple y ha cumplido una labor a lo largo de los siglos que, como todo trabajo, conlleva sudor y fatiga, que es bendición y es esfuerzo, camino de santificación tarea que se encomienda al ser humano, de tal manera que desconocerlo es negar la historia: «Así negamos nuestra historia de Iglesia».

La pastoral del mundo del trabajo, entonces, tiene una tarea social de gran impacto, comprometerse en esa gran alianza para que se creen las condiciones del trabajo decente, es decir, un trabajo libremente elegido, que asocie efectivamente a los trabajadores, hombres y mujeres, al desarrollo de su comunidad; un trabajo que, de este modo, haga que los trabajadores sean respetados, evitando toda discriminación; un trabajo que permita satisfacer las necesidades de las familias y escolarizar a los hijos sin que se vean obligados a trabajar; un trabajo que consienta a los trabajadores organizarse libremente y hacer oír su voz; un trabajo que deje espacio para reencontrarse adecuadamente con las propias raíces en el ámbito personal, familiar y espiritual; un trabajo que asegure una condición digna a los trabajadores que llegan a la jubilación (Benedicto XVI. Caritas in Veritate, 63).

El camino para que el trabajo digno sea una realidad, de las tareas para que todos tengan trabajo, surge un reto pastoral de enormes dimensiones que solamente la pastoral del trabajo puede cumplir, conservar e irradiar la fe en Jesucristo, el hijo del carpintero, el «hombre del trabajo», a pesar del desierto que se vive en muchos ambientes donde se debería amar y ejercer con dignidad el trabajo.

Delegación de Pastoral Social

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