Es más fácil estrenar un “año nuevo” que una “vida nueva”. El año nuevo es el que contemplamos en el calendario. Arrancamos la hoja y ya estamos en él. Pero la “vida nueva” es más complicada. No se cambia de vida como se muda de camisa.
Suspira la abuela con muchos años y dice: “¿Qué nos deparará el 2014? ¿A dónde nos llevará?”. Tiene usted razón, abuela. No podemos asegurar nada.
¿Y el joven? El joven, con todo el futuro por delante, piensa: “¿Terminaré los estudios? ¿Encontraré trabajo?”. Los jóvenes, por mucho que suspiren, siempre tienen más recursos. Son jóvenes y basta.
El enfermo apuesta por superar la enfermedad. Le dieron de alta ayer, y no quiere volver al hospital. Sí señor, cúrese. Se lo deseamos de corazón. El niño desea crecer y llegar a ser mayor. El que tiene muchos años camina más despacio, y se contenta sólo con un año más. Unos miran al año nuevo con confianza; otros, con escepticismo. Y bastantes prefieren esperar con cautela. Dicen aquello de “¡ya veremos!”. Con el año nuevo no se pueden hacer los mismos pronósticos que con la meteorología a corto plazo. No sabemos si lucirá el sol o nos caerán más crisis de punta. Y sin embargo la esperanza, ¡siempre arriba! Como las banderas en lo alto de los castillos.
¿Qué sería de nosotros sin esperas y esperanzas? Aunque no debemos confundir esperas con esperanzas, todas ellas están relacionadas y un poco unidas. Las esperas son pequeñitas y tienden a satisfacer ilusiones y necesidades (por ejemplo, esperamos que nos toque la lotería o que alguien encuentre trabajo). Las esperanzas son de más hondo calado espiritual, y tocan el nervio de nuestro ser (tienen que ver con el sentido más profundo de la existencia). No se puede vivir sin esperas; pero la vida se tornaría difícil sin al menos un gramo de esperanza. Y luego estaría la Esperanza, así con mayúscula, la virtud que brota de la fe en Dios: la que hace que vivamos confiando en sus promesas. Ella es el motor que ha impulsado a los creyentes desde Abraham hasta hoy.
¿Vida nueva para el año nuevo?
Esto sería lo bueno. Una nueva vida para los que no tienen trabajo. Mucha salud para los que carecen de ella. Y una pizca de buen humor para los que viven siempre enfurruñados. Para empezar, habría que aparcar las negras y no deseadas soledades. Soledades, pocas. Sólo, las imprescindibles para que nadie invada nuestra propia intimidad que es nuestra y solo nosotros queremos administrarla con Dios al lado. Entre todos deberíamos acabar con las “negras soledades”: llenarlas de luz, de una torrentera de sol. Como los cuartos oscuros de las casas húmedas. Abrir ventanas.
Se levanta, por tanto, el telón del Año Nuevo. Genial. Comienza el espectáculo. O tal vez continúa el mismo espectáculo en la avanzadilla de otro año.
¿La vida es espectáculo? Un poco. Decía don Miguel Mihura, autor teatral, que en el mundo hay dos clases de personas: los espectadores y los actores; los que pagan en taquilla por ver un espectáculo y los que cobran de la misma taquilla por “dejarse ver”. Sí, muchos hasta pagan porque les vean. Tienen su cuota de pantalla. ¿Cómo les va el “figureo”, madre mía! Pero en el espectáculo de la vida todos somos protagonistas...
Decía otro grande de las tablas, Calderón de la Barca, que la vida es un gran teatro; y que todos representamos nuestro papel, desde que nacemos hasta que, haciendo mutis por el foro, arrojamos la máscara y nos vamos de este mundo.
¡Bienvenidos al gran teatro del mundo! ¡Comience, otro año más, el espectáculo! ¡Arriba el telón! ¡Feliz año nuevo!
Eduardo de la Hera
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