Dijo santa Teresa de Jesús: “También entre los pucheros anda Dios”. Y todos los predicadores la hemos repetido muchas veces en los púlpitos y se sigue repitiendo en las homilías y meditaciones de los ejercicios espirituales. Quería la Santa consolar a una Hermana -cocinera de la Comunidad- que tenía envidia de las que podían ir al coro a cantar y rezar a Dios, mientras ella tenía que estar en la cocina preparando la comida.
En la vida de los santos la comida ha tenido un significado especial. Escribe San Juan de Ávila: “No seáis como los cocineros ignorantes, que ricos manjares tornan, con sus guisados, en desabridos por no saber; lo cual hacen muchos servidores de Dios, que, haciendo muchas cosas buenas, les dan un desabrimiento con sus desesperaciones y desconfianzas que tienen, que hacen a los ricos manjares, de las buenas obras, desabridos y de poco valor”. Y añade: “Dios quiere, dice san Pablo, al dadivoso alegre. Y Cristo dice que no temamos, porque Él venció al mundo... De todo lo cual se concluye que, cuando con nuestras buenas obras vamos alegres, confiados, mirando lo mucho que nos ganó Cristo y así esperamos que por Él valdremos del Padre, entonces va nuestro manjar bien guisado y las obras buenas se tornan en oro de veinticinco quilates en el merecimiento”.
Nuestro Papa Francisco acaba de decirnos: “No basta con cumplir los Mandamientos, es necesario que el cristiano viva como el Resucitado, que todos hemos resucitado en el bautismo”.
Decía nuestro santo de Ávila, en la carta 222, de los que se tienen por sabios: “Estos muchas veces se tornan necios, pareciéndoles que son sabios y tanto menos merecen cuanto piensan que están más aprovechados”. Se trata de “cocineros ignorantes” que no saben condimentar los alimentos.
Para san Juan de Ávila, hay muchas maneras de alcanzar virtudes y “y su aprovechamiento ha de ser la principal del cristiano”. Siempre teniendo presente la doctrina de san Pablo: “Todas las cosas que hiciéreis, hacedlas en gloria de Dios”.
Germán García Ferreras
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