San Pedro le dice a la Iglesia primitiva que en su búsqueda de sentido antes de encontrarse con el evangelio era «no pueblo». Pero a través de la escucha de la llamada a ser «raza elegida» de Dios y de recibir el poder de salvación de Dios en Jesucristo, se ha vuelto «pueblo de Dios». Esta realidad se expresa en el bautismo, que es común a todos los cristianos, en el que renacemos del agua y del Espíritu Santo (cfr. Juan 3, 5). En el bautismo morimos al pecado para resucitar con Cristo a una nueva vida de gracia en Dios. Constituye un desafío cotidiano mantenernos conscientes de esta nueva identidad que tenemos en Cristo:
¿Cómo entendemos nuestra vocación común de ser «pueblo de Dios»?
¿Cómo entendemos nuestra vocación común de ser «pueblo de Dios»?
¿Cómo expresamos nuestra identidad bautismal de ser «sacerdocio real»?
El bautismo nos abre a un nuevo y apasionante viaje de la fe uniendo a cada cristiano con el pueblo de Dios que peregrina a lo largo de los siglos. La palabra de Dios -las Escrituras que los cristianos de todas las tradiciones rezan, estudian y meditan- es el fundamento de una comunión real aunque incompleta. En los textos sagrados que compartimos oímos acerca de las grandezas de Dios en la historia de la salvación, sacando a su pueblo de la esclavitud; y de la gran obra de Dios: la resurrección de Jesús de la muerte que inauguró una nueva vida para todos nosotros. Más aún, la lectura orante de la Biblia lleva a los cristianos a reconocer las grandezas de Dios en sus propias vidas:
¿De qué manera reconocemos y respondemos a las grandezas de Dios en el culto y el canto y en el trabajo a favor de la justicia y la paz?
El bautismo nos abre a un nuevo y apasionante viaje de la fe uniendo a cada cristiano con el pueblo de Dios que peregrina a lo largo de los siglos. La palabra de Dios -las Escrituras que los cristianos de todas las tradiciones rezan, estudian y meditan- es el fundamento de una comunión real aunque incompleta. En los textos sagrados que compartimos oímos acerca de las grandezas de Dios en la historia de la salvación, sacando a su pueblo de la esclavitud; y de la gran obra de Dios: la resurrección de Jesús de la muerte que inauguró una nueva vida para todos nosotros. Más aún, la lectura orante de la Biblia lleva a los cristianos a reconocer las grandezas de Dios en sus propias vidas:
¿De qué manera reconocemos y respondemos a las grandezas de Dios en el culto y el canto y en el trabajo a favor de la justicia y la paz?
¿De qué manera valoramos la Escritura como Palabra viva de Dios que nos llama a una unión mayor y a la misión?
Dios nos ha elegido pero no como si esto fuera un privilegio. Nos ha hecho santos, pero no en el sentido de que los cristianos son más virtuosos que los demás. Nos ha elegido para llevar a cabo una misión. Somos santos en la medida en que estamos comprometidos con la obra de Dios, que es siempre la de llevar su amor a todos los pueblos. Ser un pueblo sacerdotal significa estar al servicio del mundo. Los cristianos viven esta llamada bautismal y dan testimonio de las grandezas de Dios de distintas maneras:
Dios nos ha elegido pero no como si esto fuera un privilegio. Nos ha hecho santos, pero no en el sentido de que los cristianos son más virtuosos que los demás. Nos ha elegido para llevar a cabo una misión. Somos santos en la medida en que estamos comprometidos con la obra de Dios, que es siempre la de llevar su amor a todos los pueblos. Ser un pueblo sacerdotal significa estar al servicio del mundo. Los cristianos viven esta llamada bautismal y dan testimonio de las grandezas de Dios de distintas maneras:
- Curando las heridas: La gracia de Dios nos ayuda a pedir perdón por los obstáculos que impiden la reconciliación y la sanación, de obtener misericordia y de crecer en santidad.
- Buscando la verdad y la unidad: La conciencia de nuestra identidad común en Cristo nos empuja a trabajar para superar las cosas que aún nos dividen como cristianos. Como los discípulos de Emaús, estamos llamados a compartir nuestra experiencia para poder descubrir que en nuestra común peregrinación Jesucristo está en medio de nosotros.
- Un compromiso activo a favor de la dignidad humana: Los cristianos que han sido sacados de las tinieblas a su luz maravillosa reconocen la enorme dignidad de toda vida humana. A través de proyectos sociales y caritativos nos acercamos a los pobres, los necesitados, los adictos y los marginados.
Al considerar nuestro compromiso por la unidad de los cristianos, ¿por qué cosas deberíamos pedir
perdón?
Conociendo la misericordia de Dios, ¿cómo nos comprometemos en proyectos sociales y caritativos
con otros cristianos?
con otros cristianos?
y nos preguntamos:
- ¿Qué dispuestos estamos a compartir la experiencia de Dios con los que encontramos?
- ¿Qué podríamos recibir de otros cristianos para que la alegría de Jesús esté en nosotros, haciéndonos así testigos de la Buena Noticia?
- ¿Cómo consideramos a los cristianos de otras Iglesias?
- ¿Estamos dispuestos a pedir perdón por los prejuicios que albergamos hacia ellos?
- ¿Qué puede hacer cada uno de nosotros para disminuir la división entre los cristianos?
- ¿Qué ambiciones personales, espíritu competitivo, falsas creencias acerca de los demás cristianos y resentimiento oscurecen nuestra proclamación del Evangelio?
- ¿Cuál es nuestra experiencia de encontrarnos unos a otros en Cristo a través de la comunión cristiana, la comida compartida y la oración común?
- ¿Cuáles son nuestras expectativas sobre los obispos y los líderes eclesiales en el camino hacia la unidad de la Iglesia? ¿Cómo podemos apoyarlos y animarlos?
- ¿Qué significa poner nuestro propio sueño de la unidad de los cristianos a los pies de Cristo?
- ¿De qué manera la visión del Señor de la unidad llama hoy a las Iglesias a renovarse y a cambiar?
- ¿Cómo podemos fomentar la mutua hospitalidad entre las parroquias y las congregaciones de nuestra localidad?
- ¿Cuáles son las decepciones que nos aíslan de los demás?
- ¿Cuáles son los dones -iniciativas, métodos y programas- que podemos recibir de otras comunidades cristianas?
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