Están recién constituidas las Cortes de la XI Legislatura de nuestra democracia... Y a nadie le es ajeno que lo que hasta ahora hemos visto, poco tiene que ver con lo que hemos visto en las anteriores.
No vamos a descubrir la pólvora diciendo que los tiempos han cambiado. Tampoco vamos a descubrir la pólvora si decimos -como bien relata Eduardo de la Hera en este número- que vivimos tiempos de incertidumbre. Es difícil predecir a dónde vamos, cómo vamos a llegar... y qué nos vamos a encontrar. Y esta incertidumbre se ve acrecentada por una manera de hacer política... cada vez más pendiente del gesto -muchas veces populista- que del debate sereno. Más pendiente de conseguir un arrollador impacto en la televisión y las redes sociales que del trabajo constante . Y de estas tendencias, no se libra nadie...
Por eso sería bueno recordar que, como nos dice la Doctrina Social de la Iglesia que «la persona humana es el fundamento y el fin de la convivencia política» [384]; que «la comunidad política encuentra en la referencia al pueblo su auténtica dimensión» [385]; que «la comunidad política tiende al bien común cuando actúa a favor de la creación de un ambiente humano en el que se ofrezca a los ciudadanos la posibilidad del ejercicio real de los derechos humanos y del cumplimiento pleno de los respectivos deberes» [389]; que «la autoridad política debe garantizar la vida ordenada y recta de la comunidad, sin suplantar la libre actividad de los personas y de los grupos, sino disciplinándola y orientándola hacia la realización del bien común, respetando y tutelando la independencia de los sujetos individuales y sociales» [394]; que «la autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores humanos y morales esenciales» [397]; que «la autoridad debe emitir leyes justas, es decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la recta razón» [398]; que «una auténtica democracia no es sólo el resultado de un respeto formal de las reglas, sino que es el fruto de la aceptación convencida de los valores que inspiran los procedimientos democráticos: la dignidad de toda persona humana, el respeto de los derechos del hombre, la asunción del “bien común” como fin y criterio regulador de la vida política» [407]; y que «la administración pública, a cualquier nivel -nacional, regional, municipal-, como instrumento del Estado, tiene como finalidad servir a los ciudadanos» [412].
Y también sería bueno recordar... que no está demás... que no dejemos de rezar por nosotros y por nuestros gobertantes. Que el Señor nos ilumine. A nosotros... y a ellos.
El espectáculo de la política
Domingo Pérez
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