Tras su infancia y juventud en Nazaret, la vida pública de Jesús comienza con un anuncio: “Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio” (Mc 1, 15). Todo su pensamiento y enseñanza, su acción y destino giran en torno al anuncio del “reino de Dios”. Por eso, usando pocas palabras, solo podemos aproximarnos a lo que es y significa para el hombre de todos los tiempos la proclamación gozosa de Jesús de que el reino de Dios está cerca.
Hablando del reino de Dios, sencillamente Jesús anuncia a Dios, su Padre. Nos dice que Dios es realmente Dios, que tiene en sus manos los hilos del mundo. Al poner en el centro de su enseñanza la realeza de Dios, nos dice que Dios debe ser para el hombre el centro de todo. Toda su predicación es el anuncio de quién es Dios, de su obrar y de su ser. El aspecto nuevo del mensaje de Jesús consiste en que anuncia que Dios actúa precisamente ahora; ésta es la hora en que Dios, de una forma distinta a como lo hacía en el Antiguo Testamento, se nos manifiesta como el verdadero Señor de la historia, como el Dios vivo.
El anuncio de que está cerca el reino de Dios nos transmite la decisión de Dios de salvar a la humanidad caída. La realeza de Dios designa el tiempo de la salvación, la consumación del mundo, la restauración de la comunión entre Dios y el hombre, rota por el pecado de Adán. Y es Jesús mismo quien se presenta como el garante de esa misma decisión divina. Por eso Jesús no sólo anuncia la manifestación futura del reinado de Dios al final de la historia, sino que ese reinado futuro de Dios se hace ya presente en su palabra y acción. En esto consiste la cercanía de ese reinado... pues siendo realidad futura, se ha hecho ya presente. El reino es una realidad actual en el tiempo, pero su plena realización llegará sólo con el fin de la historia. Por eso, Jesús mismo nos enseñó a pedir constantemente “venga a nosotros tu reino”.
Tras la caída del hombre, lo que esperaron los profetas del Antiguo Testamento debe hacerse realidad, en el pueblo de Israel y en todos los hombres. El hombre debe cambiar su mentalidad, convertirse de las cosas del mundo a Dios; debe aceptar las palabras que salen de la boca de Jesús: “Convertíos y creed en el Evangelio”. Lo que Jesús entiende por “conversión” lo explica ampliamente en las parábolas de la misericordia: confiarse enteramente a la misericordia de Dios y transformar profundamente el corazón. Entonces es cuando puede llegar el reino de Dios al mundo.
Cuando los enviados de Juan el Bautista acudieron a Jesús y le preguntaron en nombre de su maestro “¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?”, Jesús les respondió con los signos que los profetas -especialmente Isaías- habían anunciado: “los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados” (Mt 11, 2-6). Pero, inmediatamente prosigue: “¡Y bienaventurado el que no se escandalice de mí!”. Jesús sabía que su anuncio podía suscitar el escándalo. Pero “escándalo” significa aquí no sólo desconcierto, sino también rechazo del mensaje de Dios. Se puede rechazar el mensaje del reino por motivos ideológicos, políticos, científicos o... por indiferencia o apego a los valores de este mundo. La aceptación del anuncio del reino quedaba, pues, a merced de la respuesta que la libertad del pueblo iba a dar al mensaje que Jesús les transmitía...
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